domingo, 15 de diciembre de 2013

Capítulo 2:


“El fugitivo”

Suélta… me… Solo preten… día… ayudar…
Sus ojos verdes brillaban ante la luz de los relámpagos, estaban entrecerrados y me miraban incisivamente junto con la cabeza ladeada. Algunos de sus mechones caían por su rostro mientras su lengua se paseaba ligeramente por su labio superior con una ligera y morbosa sonrisa.
—Si le dices a alguien que estoy aquí o gritas… Juro que no tendré piedad en matarte.
Asentí con el último respiro que me quedaba y me soltó, dejándome caer al suelo mientras acariciaba mi cuello con ambas manos intentando recobrar mi respiración. Mi perro, justo a mi lado, le ladraba sin cesar.
—Cállale.
Tranquilicé a Honso y, una vez estuve en condiciones de nuevo, me puse en pie y le aislé en una de las habitaciones para que no nos molestase.
—Ven conmigo.
Le ordené cogiendo el botiquín y guiándole hasta el baño.
—Siéntate ahí, voy a curarte…—dije señalándole una pequeña banqueta que ahí se encontraba. No puso objeción.
Me tendió su brazo y examiné su herida con la única iluminación procedente de una pequeña vela que había cogido para poder alumbrar debido a que no había luz por la tormenta.
—Tienes suerte de que la bala tan solo te haya rozado…
Cogí unas pinzas y pude extraer una pequeña parte del proyectil que se había quedado en la herida casi sin problemas. Él ni siquiera se quejó. Saqué, seguidamente, una aguja, un hilo, unas tijeras y una jeringuilla con anestesia.
—¿Qué crees que vas a hacer con eso?—exclamó.
—Si no cierro esta herida, se te infectará y quizá con el tiempo pierdas el brazo… ¿Quieres eso?
—Pero, ¿acaso sabes usar eso?
—Mi padre era médico y me enseñó enfermería básica. Sé hacerlo.
Le miré alzando una ceja y proseguí con su brazo. Primeramente le     desinfecté, anestesié el brazo parcialmente e inserté la aguja con el hilo comenzando a cerrar la herida. Después corté el hilo y le vendé el brazo para evitar que volviese a abrírsele.
Se levantó, con la iniciativa de irse por donde había venido.
—¿No piensas darme las gracias?
—No había pedido tu ayuda.
Fruncí el ceño y apreté la mandíbula.
En ese momento el timbre de la puerta sonó. Era casi medianoche. ¿Quién sería?
Aquel chico, de quien aún no había podido ver la cara perfectamente, pareció tensarse.
—Abre la puerta y di que estás bien. Que no ha pasado nada. Intenta aparentar que te acabas de despertar.
Me ordenó ahuecando su voz situado detrás de mí.
Abrí tal y como me había ordenado.
—Jovencita, me alegra verte de nuevo.
Era el mismo policía de aquella misma tarde.
—Buenas noches…—susurré con voz pesada y frotándome un ojo con mi puño haciendo parecer que estaba recién levantada.
—Mis unidades me han informado de que se ha visto al fugitivo cerca de esta casa… ¿Te importaría que echásemos un vistazo?
En ese momento caí que, a quien había curado, era el chico que estaban buscando. La falta de luz me había impedido reconocerle.
—¿Jovencita?
—Ah… Eh…
Pensé en las pruebas que había. La puerta acristalada que conducía al porche, el suelo y el baño estaban llenos de huellas y de sangre, su sangre. Tragué saliva pensando en lo que me aguardaba dentro y en lo que me estaba interrogando fuera. Hiciese lo que hiciese, estaría mal.
—Sí… Os dejaría pasar, pero estoy sola en casa. Mis padres no han podido volver del trabajo… Así que solo os puedo dejar inspeccionar el jardín.
—De acuerdo. Está bien, pero si encontramos algo sospechoso, deberemos revisar la vivienda.
—Claro, claro… Lo que sea necesario.
Cerré la puerta, mientras veía por la mirilla cómo los agentes bajo el mando del policía, quien me había interrogado en mi propia puerta esa misma tarde, invadían mi jardín buscando algún rastro del chico que había salvado, curado y acogido en casa.
Rápidamente fui a la puerta que había abierto para dejar pasar al “fugitivo”. Estaba cerrada y limpia de sangre, así como el suelo. Revisé el baño y estaba completamente igual de limpio y recogido.
Me asomé por una de las ventanas, podía verse el reflejo de las linternas de los policías entre la lluvia en mi jardín. Quince minutos después el timbre volvió a sonar para serme dicho que todo estaba en orden pero que estarían por ahí si necesitaba ayuda o veía algo sospechoso cerca.
Cerré la puerta, apoyándome en ella, y, dejándome caer al suelo, soltaba el aire que había acumulado por la tensión del momento.
—Lo has hecho bien.
Al oír su voz no pude evitar tragar saliva.
—Todo ha salido bien porque tú te has encargado de recoger y limpiar cualquier rastro de ti y tu sangre.
—Parece que no podré irme de aquí tan fácilmente… Tienen todo esto vigilado y…
—Puedes quedarte—le interrumpí—, aunque no creo que pueda esconderte por mucho tiempo.
Me puse en pie yendo a la habitación donde había dejado a Honso y abrí la puerta cogiéndolo entre mis brazos. La respuesta que le había dado pareció sorprenderle y me siguió hasta el piso de arriba.
Le llevé hasta la habitación en la que dormiría. Ya que mis padres no estaban y, dado que no había más que dos habitaciones y que no estaba por la labor de dormir en la misma habitación del tío que casi me asfixia, decidí que podría pasar lo que quedaba de noche en la cama de mis padres. Así que le preparé la cama.
—Mis padres no están, así que puedes dormir en su cama. Tendrás espacio suficiente. Yo estaré en la habitación de al lado, despiértame si necesitas algo.
Se tiró sobre la colcha, disfrutando de una cama blanda. Parecía no haber tenido nada como eso nunca.
—Ni siquiera me has preguntado mi nombre, no sabes nada de mí, ¿no te interesa saber a quién has metido en casa?
—No me importa no saber nada.  Hago esto porque si estuviese en tu misma situación, me gustaría encontrarme con alguien que hiciese lo mismo por mí.
—Esperas mucho del ser humano.
—Lo sé. Pero si no confiamos en nosotros mismos, entonces el mundo no tendría ningún sentido y la propia vida carecería de valor.
Le dejé ahí y yo volví a mi cuarto, Honso me esperaba ya acurrucado en mi cama. Me hice un hueco y se enroscó sobre sí mismo cerca de mí para darme calorcito. Yo estuve acariciándolo mientras pensaba en la situación en la que me encontraba y sobre qué haría cuando volviesen mis padres o cuando la policía supiese que era cómplice de alguien en busca y captura, hasta que el sueño me venció cerca de las tres y veinte de la madrugada.
Los rayos del sol, junto con el despertador, me desperezaron de unas sábanas y una cama muy deseada. Apenas había dormido cuatro horas. Eran las siete y media de la mañana. Aún medio dormida, salí de la cama con mi perro detrás de mí y fui a despertar a “mi invitado”.
Llamé a la puerta con intención de que se levantase, pero no daba señal así que opté por entrar.
Estaba totalmente dormido aun con los golpes que había dado previamente. Me acerqué con cautela a él. Sonreí al ver su semblante dormido, realmente parecía todo un niño inocente de ese modo. Con la luz de la mañana pude verle mejor. Tenía un cuerpo delgado, aunque muy bien formado y tonificado y su pelo era oscuro y lo suficientemente largo y alborotado como para que sus mechones cayesen por su rostro tratando de ocultar unos ojos que habían conseguido atrapar mi atención y curiosidad hacía tan solo unas horas. De repente se movió, enredando sus dedos entre sus mechones. Así era realmente adorable. Entonces sus ojos se abrieron y se toparon con los míos.
—¿Qué haces aquí…?—dijo aún medio dormido aunque ya con el ceño fruncido.
—Tengo clase. Quería avisarte antes de irme…—expliqué separándome del lado de su cama.
Mi perro se subió a darle los buenos días. Ya no le ladraba, incluso parecía caerle bien.
—¿Cómo que tienes clase?
Suspiré echándome una mano a la frente.
—Tengo que ir al instituto.
—¿Dónde?
—Al pueblo de al lado.
—No, no puedes salir de aquí.
—¡¿Cómo qué no?! Tengo que ir. Pese a la situación, no tratamos de perder clase.
Traté de escabullirme de él, pero entonces saltó de la cama interponiéndose entre la salida y yo.
—Las clases ya no sirven. Es un riesgo inútil.
—Déjame pasar. Voy a ir, es mi deber.
—¡Podrías escuchar! Si sales ahí fuera, podrías morir.
Mis ojos se abrieron de par en par ante aquella respuesta.
—Y me lo dice el que casi me mata anoche…
Le aparté de mi camino y salí por la puerta de la habitación. Justo antes de llegar a las escaleras me cogió de la muñeca tratando de detenerme.
—No te dejaré salir, no después de haberme salvado la vida.
Opté por dejar la discusión hasta después de desayunar. Me zafé de su mano y cogí a mi perro en brazos, bajando los tres a la cocina.
—Llevo yendo al instituto en esta situación desde hace varios meses… Por el momento, sigo viva.
—La poca paz que queda durará poco. La situación… empeorará mucho más de lo que está. Nadie podrá imaginarse lo que verán sus ojos.
Suspiré profundamente y acabé mi desayuno llevando mi plato y mi taza al fregadero.
—Da igual lo que me digas… Iré.
—Entonces no diré más. Al menos lo he intentado… Aunque mueras, mi conciencia se quedará tan tranquila como hasta ahora.
—Haces bien…—sonreí con sarcasmo.
—Si te vas… Cuando vuelvas, yo ya no estaré.
Tragué saliva y acabé de recoger la cocina, dejándola tal y como estaba.
—De acuerdo, haz lo que quieras… Si quieres, antes de que me vaya, te puedo dar toallas limpias por si te apetece ducharte.
Subí a mi cuarto para coger toallas limpias y él no dudó en seguirme. Mientras buscaba en el armario, una toalla lo suficientemente larga y grande para él, aquel chico curioseaba mis cosas.
—No toques ni una sola cámara… Si no, te aseguro que, aunque sea una chica mucho más débil que tú, te mato.
—Te gusta mucho la fotografía, ¿eh?
—Sí, mi sueño es poder fotografiar el mundo desde su lado más duro y vulnerable.
Encontré una toalla y se la tendí.
—Aquí tienes.
—Te lo aseguro. No estaré cuando vuelvas.
—Mejor. Un problema menos para mí. ¡Ah! Y si quieres, puedes coger algo de ropa de mi padre. No creo que la eche en falta.
—Veo que no comprendes la situación, pero… tú misma. Solo te advertiré una cosa… Cuando todo esto estalle, asegúrate antes de tener cerca lo que más quieres o lo perderás…
Aquellas palabras me sonaron extrañas y no llegué a entender del todo qué significaban. Se dio media vuelta y entró en el baño cerrando la puerta tras de sí. Bajé ya lista para irme, teniendo firmes en mi cabeza esas palabras. Dejé a Honso dentro para que cuidara de él y salí de casa.
Desde fuera, eché una mirada hacia la ventana del baño en el que se encontraba él. Comencé a andar hacia el pueblo de al lado ya que no había ningún tipo de transporte para poder llegar.
Era jueves, a primera hora tendríamos Matemáticas.
Cuando llegué, pude apreciar que cada vez había menos gente que estaba asistiendo a clase. Ese día, de veintisiete, éramos trece y bajando. Ni siquiera esa profesora pudo venir a clase, así que tuvieron que sustituirla.
La situación iba cada día a peor.
A las doce del mediodía, teníamos nuestro bien merecido descanso de media hora. Aunque nos seguíamos quedando en las clases, por si acaso.
—Andy, ¿qué crees que pasará…? Pese a que mis padres apoyan que siga viniendo a clase, no deberíamos venir…
La asustadiza y pequeña de Elise, mi única amiga allí presente de cuatro cursos menores, siempre que podía, venía a verme y me agradaba con su compañía.
—Quizá… Tengas razón. Cada vez es más peligroso salir a la calle…
De pronto un gran estruendo hizo temblar el edificio entero y Elise se abrazó a mí.
—Tengo miedo…
El profesor de informática entró apurado en clase, dándonos la orden de salir de allí inmediatamente.
—¡Venga, hay que correr!
Todos salimos de allí a toda prisa. Elise y yo íbamos de la mano para evitar separarnos cuando ambas estábamos tan asustadas. Nuestro profesor venía detrás de nosotras. Una vez fuera del instituto, aún aturdidas, le pregunté qué estaba ocurriendo.
—John, ¿qué pasa? ¿Qué ha sido el ruido de hace unos minutos?
—Niñas… Es duro decir esto, pero… La guerra ha sido declarada.
Las dos tragamos saliva y todo nuestro cuerpo se tensó. ¿Era la… guerra?